La expresión más perfecta del Amor de Dios en la tierra es el amor de la Madre, la verdadera Madre, la que ama hasta dar la vida, la que perdona sin recordar el pasado, la que se entrega y la que no espera recompensa, la misericordiosa que no le importa cuan tan grande sea la falta del hijo que ama y lo anima, lo bendice y acompaña hasta el final.
Dios que en su obra máxima la coronó creando a las Madres, bendiga a cada una de nuestras Madres, aquellas Madres que dan su vida y renuncian al hijo que quieren tener siempre consigo aceptando la ofrenda que hacen de sí a Dios sin escatimar nada también lo ofrecen ellas, sabiendo que el dolor de la separación será recompensado.
Felices las Madres que ahora gozan de la presencia de Dios y han recibido el premio de la Vida Eterna durante su vida mortal fueron las muletas que ayudaron a sus hijos acercarse a Dios y los animaron a seguirle.
Felicidades Madre, a la que vive y ora y junto con su hija se hace Carmelita, apoyando desde su hogar la entrega de cada día.
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